DICTAMENES DE ESPIRITU
En virtud del precepto que se me ha intimado, dice el Venerable Padre Fray Elíseo de los Mártires[1], digo y declaro lo siguiente: “Conocí al Padre Fray Juan de la Cruz, y le traté, y le comuniqué muchas y diversas veces. Fué hombre de mediano cuerpo, de rostro grave y venerable, algo moreno y de buena fisonomía; su trato y conversación apacible, muy espiritual y provechosa para los que le oían y comunicaban. Y en esto fué tan singular y profundo, que los que le trataban, hombres o mujeres, salían espiritualizados, devotos y aficionados a la virtud. Supo y sintió altamente de la oración y trato con Dios, y a todas las dudas que se le proponían acerca de estos puntos, respondía con alteza de sabiduría, dejando a los que le consultaban muy satisfechos y aprovechados. Fué amigo de recogimiento y de hablar poco; su risa, poca y muy compuesta. Cuando reprendía como Superior (que lo fué muchas veces), era conduce severidad, exhortando con amor paternal, y todo con admirable serenidad y gravedad”.
DICTAMEN PRIMERO.—Fué enemigo de que los Superiores de religiosos, y más reformados, mandasen con imperio; y así repetía: «Que en ninguna cosa muestra uno ser indigno de mandar, como mandar con imperio; antes han de procurar que los subditos nunca salgan de su presencia tristes.» Nunca hablaba con artificio ni doblez (de que era inimicísimo) porque decía él:
DICTAMEN SEGUNDO.—Que los artificios violaban la sinceridad y limpieza de la Orden, y eran los que mucho la dañaban, enseñando prudencias humanas con que las almas enferman.
DICTAMEN TERCERO.—Decía del vicio de la ambición que en gente reformada es casi incurable, por ser el vicio más envicionero de todos, porque colorean y matizan su gobierno y proceder con apariencias de virtud y de mayor perfección, con que la guerra se hace más cruda y la enfermedad espiritual más incurable. Y decía de este vicio ser tan poderoso y pestilente, que hace a los que posee tales pecadores, que de sus vidas y enredos viene a hacer el demonio una argamasa que pone en confusión a los confesores, aunque sean muy sabios, porque pican en todos los vicios. Tenía constante perseverancia en la oración y presencia de Dios y en los actos y movimientos anagógicos y jaculatorias oraciones.
DICTAMEN CUARTO.—Decía que la vida de un religioso era toda un sermón (o había de serlo) doctrinal, que tuviese por tema estas palabras, repetidas algunas veces al día: Antes morir y reventar, que pecar. Que dichas de voluntad limpian y modifican el alma, y la hacen crecer en amor de Dios, y dolor de haberle ofendido y propósito firme de no ofenderle más.
DICTAMEN QUINTO.—Decía que hay dos maneras de resistir vicios y adquirir virtudes. La una es común y menos perfecta, y es cuando vos queréis resistirá algún vicio y pecado o tentación por medio de los actos de virtud que contrasta y destruye el tal vicio, pecado o tentación. Como si el vicio o tentación de la impaciencia o del espíritu de venganza que siento en m i alma por algún daño recibido, o palabras injuriosas, entonces resisto con algunas buenas consideraciones, como de la Pasión del Señor qui cum male tractaretur, non aperuit os suum (Is 53,7); o considerando los bienes que se adquieren del sufrimiento y de vencerse el hombre a sí mismo; o pensando que Dios mandó que sufriésemos, por ser estas nuestras mejoras, etc. Por las cuales consideraciones me muevo a sufrir y querer y aceptar la dicha injuria, afrenta o daño, y esto a honra y gloria de Dios. Esta manera de resistir y contrastar la tal tentación, vicio o pecado engendra la virtud de la paciencia, y es buen modo de resistir, aunque dificultoso y menos perfecto.
Hay otra manera de vencer vicios y tentaciones y adquirir y ganar virtudes, más fácil y más provechosa y perfecta, que es, cuando el alma, por solos los actos y movimientos anagógicos y amorosos, sin otros ejercicios extraños, resiste y destruye todas las tentaciones de nuestro adversario, y alcanza las virtudes en grado perfectísimo. Lo cual decía ser posible, en esta manera. Cuando sintiéremos el primer movimiento o acometimiento de algún vicio como la lujuria, ira, impaciencia o espíritu de venganza por agravio recibido, etc., no le habemos de resistir con acto de la virtud contraria, como se ha referido, sino que luego en Sintiéndole acudamos con un acto o movimiento de amor anagógico contra el tal Vicio, levantando nuestro afecto a la unión de Dios, porque con tal levantamiento, como el alma se ausenta de allí y se presenta a su Dios y se junta con El, queda el vicio o tentación y el enemigo defraudado de su intento, y no halla a quien herir; porque el alma, como está más donde ama que donde anima, divinamente hurtó el cuerpo a la tentación, y no halló el enemigo donde hacer golpe ni presa, porque el alma ya no está allí donde la tentación o enemigo la quería herir o lastimar. Y entonces (¡cosa maravillosa!), el alma, como olvidada del movimiento vicioso, y junta y unida con su amado, ningún movimiento siente del tal vicio con que el demonio quería tentarla, y lo procuró: lo uno, porque hurtó el cuerpo, como está dicho, y no está allí, y, si así puede decirse, es casi como tentar un cuerpo muerto, pelear con lo que no es, con lo que no siente, ni es capaz por entonces de ser tentado.
Y de esta manera se engendra en el alma una virtud heroica y admirable que el Angélico Doctor Santo Tomás llama virtud de alma perfectamente purgada. La cual virtud (dice el Santo), viene á tener el alma cuando la trae Dios a tal estado, que no siente los movimientos de los vicios, ni sus asaltos, ni acometimientos o tentaciones, por la alteza de la virtud que en la tal alma mora. Y de aquí le nace y viene una perfección altísima que no se le dá nada que la injurien, o que la alaben o ensalcen, o que la humillen, o que digan mal de ella ni bien. Porque como los tales movimientos anagógicos y amorosos lleven al alma a tan alto y sublime estado, el más propio efecto de ellos en la dicha alma es, que la hacen olvidar todas las cosas que son fuera de su Amado, que es Jesucristo. Y de aquí le viene, como queda dicho, que estando el alma junta con su Dios y entretenida con Él, no hallan las tentaciones a quién herir, porque no pueden subir a donde el alma subió o la subió Dios: Non accedet ad te malum (Sal 90,10).
Aquí dijo el Venerable Padre Fray Juan de la Cruz que se le advierta a los nuevos, cuyos actos amorosos o anagógicos no son tan prestos ni ligeros, ni tan fervorosos que puedan con su alto ausentarse de allí del todo, y unirse con el Esposo, que si por el tal acto y movimiento anagógico vieren que no se olvida del todo el movimiento vicioso de la tentación, no dejen de aprovecharse para su resistencia de todas las armas y consideraciones que pudieren, hasta que del todo venzan la tentación. Y su manera de resistir y vencer ha de ser ésta: Que primero resistan con los más fervorosos movimientos anagógicos que pudieren, y los obren y ejerciten muchas veces; y cuando con ellos no bastare (porque la tentación es fuerte y ellos flacos), aprovéchense entonces de todas las armas de buenas mediaciones y ejercicios que para la tal resistencia y victoria vieren ser necesarios. Y que crean que este modo de resistir es excelente y cierto, porque incluye en sí todos los ardides de guerra necesarios e importantes.
DICTAMEN SEXTO.—Y decía que las palabras del salmo 118: Memor esto verbi tui servo tao, in quo mihi spem dedisti (v. 49), son tan poderosas y eficaces, que con ellas se acaba, con Dios, cualquier cosa.
DICTAMEN SÉPTIMO.—V diciendo con devoción las palabras del Santo Evangelio: Nesciebatis quia in his, quce Patris meisunt, oporiet me esse? (Lc 2, 49), aseguraba que se reviste el alma de un deseo de hacer la voluntad de Dios a imitación de Cristo Señor Nuestro con ardentísimo deseo de padecer por su amor y del bien de las almas.
DICTAMEN OCTAVO.—Y queriendo la Majestad divina por medio de una crudelísima tempestad destruir y acabar la ciudad de Constantinopla, oyeron a los Ángeles repetir tres veces estas palabras: Sanctus Deus, Sanctus Foritis, Deus Inmortalis, miserere nobis. Con las cuales súplicas luego se aplacó Dios, y cesó la tempestad, que había hecho mucho daño y le amenazaba mayor. Y así decía, que son estas palabras poderosas para con Dios y necesidades particulares de fuego, agua, vientos, tempestades, guerras y otras de alma y cuerpo, honra, hacienda, etc.
DICTAMEN NOVENO.—Decía asimismo que el amor del bien de los prójimos nace de la vida espiritual y contemplativa, y que como ésta se nos encarga por Regla, es visto encargarnos y mandarnos este bien y celo del aprovechamiento de nuestros prójimos. Porque quiso la Regla hacer observantes de vida mixta y compuesta por incluir en sí y abrazar las dos, activa y contemplativa. La cual escogió el Señor para sí por ser más perfecta. Y los modos de vida y estados de religiosos que las abrazan, son los más perfectos de suyo. Salvo que entonces, cuando decía y enseñaba ésto, no convenía publicarlo por los pocos religiosos que había, y porque no se inquieten; antes convenía insinuar lo contrario hasta que hubiese gran número de frailes.
DICTAMEN DÉCIMO.—(Ampliativo del 7.° y 9.°)—Y declarando las palabras de Cristo Señor Nuestro ya referidas: Nesciebatis quia in his, quae Patris mei sunt, oportet me esse? (Lc. 2, 49), dijo: que lo que es del Padre eterno aquí no se ha de entender otra cosa que la redención del mundo, el bien de las almas, poniendo Cristo Señor Nuestro los medios preordinados del Padre Eterno. Y que San Dionisio Areopagita, en confirmación de esta verdad, había escrito aquella maravillosa sentencia que dice: Omnium Divinorum Divinisimum esí cooperan Deo in salutem animarum. Esto es, que la suprema perfección de cualesquiera sujetos en su jerarquía y en su grado, es subir y crecer, según su talento y caudal, a la imitación de Dios, y lo que es más admirable y divino, ser cooperador suyo en la conversión y reducción de las almas. Porque en esto resplandecen las obras propias de Dios, en que es grandísima gloria imitarle. V por eso las llamó Cristo Señor Nuestro obras de su Padre, cuidados de su Padre. Y que es evidente verdad que la compasión de los prójimos tanto más crece, cuanto más el alma se junta con Dios por amor. Porque cuanto más ama, tanto más desea que ese mismo Dios sea de todos amado y honrado. Y cuanto más lo desea, tanto más trabaja por ello, así en la oración como en todos los otros ejercicios necesarios y a él posibles. Y es tanto el fervor y fuerza de su caridad, que los tales poseídos de Dios no se pueden estrechar ni contentar con su propia y sola ganancia; antes pareciéndoles poco el ir solos al Cielo, procuran con ansias y celestiales afectos y diligencias exquisitas llevar muchos al cielo consigo. Lo cual nace del grande amor que tienen a su Dios; y es propio fruto y afecto éste de la perfecta oración y contemplación.
DICTAMEN UNDÉCIMO.—Decía que dos cosas sirven al alma de alas para subir a la unión con Dios, que son la compasión afectiva de la muerte de Cristo, y la de los prójimos; y que cuando el alma estuviere detenida en la compasión de la Cruz y Pasión del Señor, se acordare que en ella estuvo sólo obrando nuestra redención según está escrito: Torcular calcavi solus (IS 63, 3). De donde sacará y se le ofrecerán provechosísimas consideraciones y pensamientos.
DICTAMEN DUODÉCIMO.—Y tratando de la Soledad en cierta plática que hizo en el convento de Almodóvar del Campo, refirió las palabras del Papa Pío II, de buena memoria, el que decía que el fraile andariego era peor que el demonio. Y que los religiosos, si visitasen, fuesen casas honradas, donde se habla con recato y compostura.
DICTAMEN DECIMOTERCERO.—Y declarando las palabras de San Pablo: Signa apostolatus nostri facta sunt super vos in omni patientia, in signis et prodigis et virtutibus (2Cor 12,12); donde reparaba anteponer el Apóstol la paciencia a los milagros. De modo que la paciencia es más cierta señal del varón apostólico que el resucitar muertos. En la cual virtud certifico yo, haber sido el Padre Fray Juan de la Cruz varón apostólico, por haber sufrido con sin igual paciencia y tolerancia los trabajos que se le ofrecieron, que fueron muy sensibles, y que a los cedros del monte Líbano derribaran.
DICTAMEN DECIMOCUARTO.—Y tratando de los confesores de mujeres, como experimentado decía, que fuesen algo secos con ellas, porque blanduras con mujeres no sirven más que de trocar la afición y salir desaprovechadas. Y que á él le castigó Dios por esto con ocultarle un gravísimo pecado de una mujer, la cual le habia traído engañado mucho tiempo, y no fió de él el remedio por serle blando; aunque trazándolo así el Señor lo descubrió por otro camino en nuestra misma Religión, deque yo tengo harta noticia.
DICTAMEN DÉCIMOQUINTO.—Díjome en cierta ocasión, que cuando viésemos en la Orden perdida la urbanidad, parte de la Policía Cristiana y Monástica, y que en lugar suyo entrase la agrestidad y ferocidad en los Superiores (que es propio vicio de bárbaros), la llorásemos como perdida. Porque, ¿quién jamás ha visto que las virtudes y cosas de Dios se persuadan a palos y con bronquedad? Trajo para esto lo de Ezequiel, capítulo 34: Cum austeritate imperatis eius, et cum potentia (v.14).
DICTAMEN DÉCIMOSEXTO.—Y que cuando crian a los religiosos con estos rigores tan irracionales, vienen a quedar pusilánimes para emprender cosas grandes de virtud, como si se hubieran criado entre fieras, según lo que significó Santo Tomás en el opúsculo 20 de Regímine Principum, capítulo 3, diciendo: Naturale est enim, ut homines sub timore nutriti in servilem degenerent animum, et pusillanimes fiant i ad omne virile opus et strenuum. Y traía lo de San Pablo: Patres, nolite ad indignationem provocare filios vestros, ne pusillanimes fiant (Col 3, 21).
DICTAMEN DECIMOSÉPTIMO.—Y decía que se podía temer ser traza del demonio criar los religiosos de esta manera; porque criados con este temor no tengan los Superiores quien los ose avisar ni contradecir cuando erraren. Y si por este camino o por otro llegare la Orden a tal estado, que los que por las leyes de caridad y justicia (esto es, los graves de ella), en los Capítulos y Juntas, y en otras ocasiones no osaren decir lo que conviene por flaqueza o pusilanimidad, o por miedo de no enojar al Superior, y por esto no salir con oficio (que es manifiesta ambición), tengan la Orden por perdida y del todo relajada.
DICTAMEN DÉCIMOOCTAVO.—Y tanto, que afirmaba el buen Padre Fray Juan de la Cruz, que tendría por mejor que no profesasen en ella, porque la gobernará entonces el vicio de la ambición, y no la virtud de la caridad y justicia. Y que se echará de ver claramente cuando en los capítulos nadie replica, si no que todo se concede y pasan por ello, atendiendo a sólo sacar cada uno su bocado. Con lo cual gravemente padece el bien común y se cría el vicio de la ambición.
DICTAMEN DÉCIMONOVENO.— Que se había de denunciar sin corrección, por ser vicio pernicioso y opuesto al bien universal. Y siempre que decía estas cosas, era habiendo tenido grandes ratos de oración y coloquios con Nuestro Señor.
DICTAMEN VIGÉSIMO.—Decía que los Prelados habían de suplicar a menudo a Dios les diese prudencia religiosa para acertar en su gobierno y guiar las almas de su cuidado al cielo. Alababa mucho al Padre Fray Agustín de los Reyes de esta virtud, que la tenía con excelencia.
DICTAMEN VIQÉSIMOPRIMERO.—Algunas veces le oí decir que no hay mentira tan afectada y compuesta, que si se repara en ella, por un camino ó por otro no se conozca que es mentira.
DICTAMEN VIGÉSIMOSEGUNDO.—Ni hay demonio transfigurado en Angel de luz, que bien mirado no se eche de ver quién es.
DICTAMEN VIGÉSIMOTERCERO.—Ni hay hipócrita tan artificioso y disimulado y fingido, que a pocas vueltas y miradas no le des- cubráis.
DICTAMEN VIGÉSIMOCUARTO.—Con ocasión de un castigo severo que hizo un Superior, dijo una divina sentencia: «Que los Cristianos, y más Religiosos, siempre tienen cuenta de castigar los cuerpos de los delincuentes, de manera que no peligren las almas, no usando de extraordinarias crueldades, de que suelen usar los Tiranos, y los que se rigen por dureza. V que debían leer las palabras de Isaías, capitulo 42, (v.1-4), y a San Pablo, 2.a Corinthios, 13, (v.10), los Prelados a menudo».
DICTAMEN ÚLTIMO.—Habiéndole propuesto un pretendiente al hábito, y hablándole algunas veces, dijo: «Que no le recibiesen, por- que le olía mal la boca. El cual olor procedía de tener las entrañas dañadas; y que de ordinario los tales son mal inclinados, crueles, mentirosos, medrosos, murmuradores, etc., etc., y que es regla de Filosofía, que las costumbres del alma siguen el temple y complexión del cuerpo.»
Esto es lo que por ahora me acuerdo. Si más me acordare, lo avisaré a N . P. General en cumplimiento de su precepto. Fecho en Méjico a 26 de Marzo de 1618.
Fray Elíseo de los Mártires.
[1] «El Padre Fray Elíseo de los Mártires, Extremeño, profesó la regla primitiva en Granada. Fué varón de grandes virtudes y de prendas muy relevantes; el primer Visitador General que pasó a las Indias; el primer Provincial Carmelita Descalzo de este Reino de Méjico, y el primero que en la Nueva España enseñó con su ejemplo a huir a los Carmelitas de los Palacios de los Príncipes, retirándose a este Convento de Méjico, sin admitir Prelacia alguna; siendo para toda la Descalcez un espejo clarísimo de humildad, de abstracción y de todas las virtudes monásticas. Porque entregado todo a su ejercicio, y a la observancia puntual de los rigores primitivos, perseveró en ellos hasta el último aliento, con que entregó a Dios su espíritu en esta Casa el año de 1620, cuando cumplía de edad setenta, y de hábito cuarenta y nueve.» Fray Diego del Espíritu Santo en su obra Carmelo Mejicano.